Decía Nelson Mandela que "la política debe ser la expresión más alta del espíritu humano”. Lamentablemente, nuestra realidad actual dista mucho de este ideal. En su lugar, asistimos a una degradación progresiva donde la mentira y la descalificación se erigen como herramientas predilectas, corroyendo los cimientos de la sociedad y sembrando las semillas de la desconfianza y el resentimiento.
En esta campaña electoral, el candidato del gobierno insistirá en la impúdica repetición de promesas incumplidas y en la demagógica oferta de solución a los problemas que ellos mismos crearon, por ejemplo: los apagones o el racionamiento eléctrico que es "hecho en revolución", toda vez que antes estaba satisfecha la demanda interna y hasta vendíamos electricidad a Colombia y Brasil. Lo mismo podemos decir de la galopante corrupción o de la pulverización del salario como consecuencia de la destrucción del PDVSA y en general, de la economía nacional.
No existe siquiera un área donde el gobierno pueda exhibir resultados positivos, es decir, no tienen gestión que mostrar y ello explica que los discursos de Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez y Diosdado Cabello –entre otros- sean una retórica devaluada, cargada de mentiras descaradas y una reiterada descalificación del adversario, plagada de insultos e improperios, lo cual deja en evidencia la pobreza espiritual e intelectual, así como la frágil contextura moral de quienes hoy ejercen el poder en Venezuela.
Esta putrefacción de la política tiene un impacto nefasto en diversos aspectos de la vida social. En primer lugar, erosiona la confianza en las instituciones y los líderes, pilares fundamentales para el correcto funcionamiento de una democracia. Cuando la mentira y el ataque personal se convierten en la norma, los ciudadanos se alejan de la participación política, apáticos y desilusionados. Seguramente este precisamente es el objetivo del gobierno: sembrar frustración y desmovilizar al país democrático.
En segundo lugar, esa actitud pendenciera obstaculiza el diálogo constructivo y la búsqueda de soluciones consensuadas. La descalificación constante y la demonización del oponente impiden el intercambio de ideas y la búsqueda de puntos en común. En un ambiente tan hostil, las diferencias se agudizan y la polarización se intensifica, imposibilitando el avance hacia un bien común.
Tercero, la degradación de la política tiene un impacto directo en la calidad de vida de la población. Cuando la energía se concentra en la confrontación y la búsqueda de réditos políticos, los problemas reales de la sociedad quedan relegados a un segundo plano. La atención se desvía de la educación, la salud, la seguridad y otros aspectos esenciales para el bienestar ciudadano, perpetuando ciclos de pobreza, desigualdad y marginalización. La tendencia del gobierno a la confrontación, es también la explicación de su estruendoso fracaso.
Así las cosas, la candidatura de Edmundo González Urrutia es un bálsamo para esta Venezuela fragmentada y también una oportunidad de oro para revertir este panorama desolador e impulsar un cambio radical en la cultura política impuesta durante estos últimos años.
Tenemos al frente un desafío que requiere un compromiso genuino con la verdad, el respeto mutuo y la búsqueda del diálogo constructivo. Los líderes políticos, en particular, tienen la responsabilidad de actuar como modelos de ética e integridad, predicando con el ejemplo y promoviendo valores como la honestidad, la transparencia y la rendición de cuentas.
La sociedad civil también juega un papel fundamental en este proceso. La ciudadanía debe exigir a sus representantes un comportamiento ético y responsable, castigando en las urnas a aquellos que incurran en esas prácticas nefastas, antidemocráticas e inmorales.
El discurso agresivo e insultante del gobierno nos permite marcar la diferencia. En efecto, el tono conciliador y respetuoso de Edmundo González es expresión del cambio que aspiramos, el cual supone espacios de debate público, bajo una cultura de diálogo y tolerancia que permita encontrar soluciones consensuadas a los problemas que azotan al país. ¡Dios bendiga a Venezuela!
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