viernes, 19 de julio de 2024

El debate en el chavismo

Además de una sed insaciable de poder y control, todos los dictadores están marcados por el narcisismo, tienen una imagen inflada de sí mismos y una creencia desmedida de su importancia.  Suelen sentirse predestinados a cambiar el curso de la historia, la cual siempre tergiversan.  Adolf Hitler llegó a decir que "la historia no trata con los que casi lograron algo. La historia trata con aquellos que lo lograron", lógicamente se refería a sí mismo.   Incluso, el 22 de agosto de 1939 en su refugio de Berchtesgaden, cuando anunciaba la inminente invasión de Polonia, marcando el inicio de la Segunda Guerra Mundial, pronunció una frase que mostraba su obsesión de poder y el desprecio por lo racional: "lo que importa no es tener la razón, sino conseguir la victoria”. 

Está perversa obsesión ha derivado muchas veces en una tragedia para los pueblos, incluso para quienes acompañan a ese líder obcecado y delirante ¿Cuál fue el destino de los altos mandos del Tercer Reich? ¿A dónde terminaron? ¿Cómo fue su futuro político? 

Salvando las diferencias del caso, el tema aflora en mi memoria al escuchar a Nicolás Maduro advertir irresponsablemente que -si no resulta reelecto en los comicios del 28 de julio- el país podría enfrentar un “baño de sangre” y una “guerra civil fratricida”. ¡Tampoco le importa la razón! Un peligroso exceso cónsono con su anuncio de imponerse "por las buenas o por las malas".  Afortunadamente la política jamás ha sido una consecuencia de los deseos, sino de la realidad, el arte de lo posible, dicen. Y me atrevo a asegurar que no hay "condiciones objetivas" -usando un término que la izquierda entiende- para una aventura de ese tipo, no tendría respaldo del mundo civil, ni militar.  Pero me preguntó ¿Estás alucinaciones de poder tendrán respaldo del PSUV? ¿Cómo puede digerirse esto en medio de los evidentes conflictos internos en ese partido? 

Para la élite que hoy ejerce el poder, sería conveniente dar ese debate o al menos, hacer una reflexión en torno a su propio futuro. En efecto, estamos hablando de las insaciables apetencias políticas de un hombre que busca su tercer mandato consecutivo y que en estos días afirmó que su hipotética y poco probable victoria, sería determinante para las próximas 5 décadas, dizque "le dará a Venezuela 50 años de paz, estabilidad y crecimiento".  Habla de él, de su gesta patriótica.

Obviemos que durante este cuarto de siglo de "revolución", lejos de garantizar paz, estabilidad y crecimiento, el resultado es exactamente lo contrario.  Lo relevante es que Maduro -y solo él- se siente protagonista político de los próximos 50 años de la República y que el país estaría condenado a un baño de sangre en su ausencia.   Esta obsesión de poder y la desbordada egolatría nos hablan de una megalomanía digna del Führer.

Es claro que Nicolás Maduro piensa que una victoria suya sería devastadora para la democracia venezolana y le permitiría gobernar como Fidel Castro, hasta más no poder; momento en que cedió el testigo a su hermano Raúl.  En sus fantasías, se imagina dentro de 25 años entregando la banda presidencial a Nicolasito, rodeado por Jorge Rodríguez y su hermanita, por Diosdado, Héctor Rodríguez, Lacava y demás jerarcas del PSUV, todos en sillas de ruedas o con bastones, pero no de mando.  Ante semejante ambición, no creo que en esa imaginaria fotografía aparezca el General Padrino López, pero dejemos para otro día las especulaciones sobre el futuro de las Fuerzas Armadas en este vanidoso escenario madurista.  ¿Futuro? Ja!

Ojalá el ex alcalde de Bogotá y hoy presidente de Colombia, Gustavo Petro, pueda hablarles a sus camaradas venezolanos sobre las virtudes de la democracia.  Por cierto, en el pasado reciente, también en Venezuela los alcaldes y gobernadores de estado podían alcanzar la nominación de sus partidos como candidatos a la Presidencia de la República, vale mencionar a Salas Römer y Henrique Capriles, entre los casos más recientes.

En general, en nuestros tiempos de democracia, los líderes que llegaban a altas posiciones en el partido o a relevantes funciones públicas en el parlamento, tenían una clara oportunidad de ser candidatos a la Primera Magistratura. ¡Sobran los ejemplos!  Pero tal posibilidad es una utopía en Cuba, Nicaragua o en cualquier país donde el presidente aspire eternizarse en el poder. 

La renovación del poder sucede en todas las democracias del mundo.  Tal vez la actual presidente de México, Claudia Sheinbaum o Dilma Rousseff, la ex presidente de Brasil -ambas militantes de la izquierda- puedan hablarles de la perversión que resulta de la reelección indefinida.  Ninguna hubiera llegado al poder, si López Obrador y Lula Da Silva hubiesen tenido la misma pretensión de perpetuarse en el poder que hoy exhiben frenéticamente desde Miraflores. 

Más aún, el presidente Lula Da Silva -una de las voces que Maduro no quiere escuchar- les pudiera dictar cátedra sobre otra de las más preciadas cualidades de la democracia: la alternabilidad en el poder.  En fin, a la izquierda trasnochada que sostiene la caduca retórica del anti imperialismo y su lucha contra el capitalismo -en este mundo multipolar- le convendría voltear su mirada hacia Gabriel Boric, una de las figuras emergentes de la izquierda democrática en América Latina. 

Nadie espera un debate abierto, público y descarnado entre los factores de poder, pero seguramente estos temas son abordados en una mesa aquí y allá, en los pasillos y en tertulias no tan casuales.  A estas alturas, en el PSUV deben saber que las pretensiones hegemónicas son también "cuchillo para su garganta" y no solo una amenaza para la democracia venezolana, la paz global y la estabilidad política del hemisferio.  Por cierto, valdría la pena recordar la frase de Lloverá Páez a Marcos Pérez Jiménez en las horas aciagas de la dictadura: "Mejor vámonos, pescuezo no retoña".  En este caso, irse no es necesariamente huir, sino considerar opciones para una transición democrática y salvar su propio pescuezo. ¡Dios bendiga a Venezuela!

Twitter/ X: @RichCasanova


jueves, 4 de julio de 2024

¡Agarren al ladrón!

A nadie sorprende que el gobierno diga que va a ganar las elecciones. Es parte de la campaña electoral, ningún candidato dice que va a perder, todos -hasta el corre "detrás de la ambulancia", para decirlo en términos hípicos- tendrá una narrativa triunfadora. Pero lo insólito y absolutamente irresponsable, es la carga de violencia en la retórica oficialista, sus acciones represivas, su infinita capacidad de mentir y un cinismo sin parangón.

Cómo el célebre delincuente que intenta confundir y en medio del tumulto grita: "ahí va el ladrón, agarren al ladrón", ahora el candidato del gobierno y sus voceros andan con la cantaleta de que la oposición prepara un fraude.  Algo que nadie cree, pero justamente esa es la matriz de opinión que necesita construir quien realmente piensa en imponerse con un fraude, el cual –vista la realidad- tendría que ser descomunal y por tanto, insostenible, vale advertirlo. 

La idea de que la oposición pueda cometer un fraude no resiste el mínimo análisis.  ¿Quién puede cometer un fraude? ¿El gobierno que controla al CNE, al Poder Judicial y se ufana de controlar también a las cúpulas militares, o la oposición que no tiene acceso a esas instancias de poder?  ¿Quién es sospechoso de querer cometer un fraude: la oposición que ha exigido la más amplia observación internacional o el gobierno que se niega a ella? La respuesta es obvia.  En el plano internacional ¿Quién es el fraudulento: la oposición que ha hecho todo por mantener una mesa de negociación para procurar una elección medianamente transparente y competitiva? ¿O el gobierno que ha irrespetado el Acuerdo de Barbados en todas sus partes, incluyendo la misión de observación de la Unión Europea y demás condiciones que garanticen una campaña en condiciones de equidad?  Por mucho que grite, el país sabe quién es el ladrón. 

Está actitud no es nada nueva.  Los venezolanos hemos visto como descaradamente han saqueado el Erario Público, se han desaparecido miles de millones de dólares, mientras el país se ha empobrecido dramáticamente. Pero los responsables de este asalto a la nación, tienen el cinismo de calificar de corrupta a la oposición. ¡Insólito!  Lo mismo sucede con el virulento discurso del gobierno, quien se han convertido en el principal promotor de la violencia.  Se supone que tienen control de las fuerzas militares, policiales y en todas las instancias de poder, pero entonces ¿es una oposición "escuálida" y sin recursos la que podría generar actos de violencia? ¿Cómo lo haría? ¿Con el pueblo en las calles? En su desespero, terminan reconociendo que la mayoría respaldaría un cambio. En todo caso, es la oposición la más interesada en una transición pacífica. Pero el gobierno subestima a los venezolanos, cree que somos pendejos para comernos esos cuentos. 

Desde los tiempos de Chávez, ellos vienen hablando de una "revolución armada" y no es la oposición quien recientemente habló de ganar "por las buenas o por las malas". En fin, a confesión de partes, relevo de pruebas, dicen los abogados. Queda claro quienes tienen vocación para la violencia.  En su última patraña el tiro también les salió por la culata: ¿Tan débil está la "poderosa" revolución bolivariana que dos personas honorables, pero con escasa experiencia política y privados de libertad (asilados en la Embajada de Argentina), la pueden desestabilizar por WhatsApp? Ja! Disparan desesperados sus chapuzas y terminan dándose un tiro en el pie.  

Pero no solo la retórica los delata, también su ejecutoria. Amenazan, persiguen y apresan a dirigentes o activistas de la campaña. Arremeten contra el pueblo humilde como las empanaderas de Corozopando que atendieron a María Corina Machado, el canoero que facilita su modesto transporte, el trabajador que alquila un sonido, a los dueños de hoteles o a cualquier comerciante.  Pretenden sembrar terror y luego acusan de terrorista a la oposición. Será inútil, en Venezuela se ha perdido el miedo y paradójicamente, cada acción de este tipo se les revierte: solo estimula a votar contra un gobierno que usa el poder para amedrentar y atropellar.  Olvidaron la lección de Barinas, dónde una catarata de abusos del gobierno -durante la ilegal repetición de los comicios- se tradujo en una mayor votación en su contra y una victoria de la oposición mucho más amplia que la anterior.  Estás acciones cobardes dejan claro que -ante este panorama electoral- quienes pretenden meter miedo, tienen serios problemas para controlar sus esfínteres. 

¿Cuál es la realidad? El gobierno lee encuestas -igual que la oposición- y sabe que Nicolás Maduro tiene un inmenso rechazo y que la ventaja del candidato de la Plataforma Unitaria, Edmundo González Urrutia, es amplia y ostensible. Sabe también que está será una elección polarizada, dónde la manada de candidatos disfrazados de opositores y financiados por el régimen, los llamados "alacranes", no podrán dividir esta vez la votación de las fuerzas del cambio.  Y más allá de las encuestas, ésta es una realidad que se percibe a simple vista, a lo largo y ancho del país, en los barrios y caseríos, en el más recóndito rincón la gente grita "Edmundo pa' todo el mundo". 

Así las cosas, tenemos razones para ser muy optimistas, pero hay que alejarse del triunfalismo.  Lo antes relatado muestra la naturaleza truculenta del régimen, así que hay que ampliar cada día la ventaja, cada voto cuenta y todos ellos deben ser defendidos con firmeza, pero sin violencia. Defender la voluntad del pueblo y garantizar la paz es nuestra misión como ciudadanos.  El gobierno se equivoca, aquí nadie se confunde: no importa cuánto griten, todos sabemos quién es el ladrón.  ¡Dios bendiga a Venezuela! 

Twitter /X: @RichCasanova