Además de una sed insaciable de poder y control, todos los dictadores están marcados por el narcisismo, tienen una imagen inflada de sí mismos y una creencia desmedida de su importancia. Suelen sentirse predestinados a cambiar el curso de la historia, la cual siempre tergiversan. Adolf Hitler llegó a decir que "la historia no trata con los que casi lograron algo. La historia trata con aquellos que lo lograron", lógicamente se refería a sí mismo. Incluso, el 22 de agosto de 1939 en su refugio de Berchtesgaden, cuando anunciaba la inminente invasión de Polonia, marcando el inicio de la Segunda Guerra Mundial, pronunció una frase que mostraba su obsesión de poder y el desprecio por lo racional: "lo que importa no es tener la razón, sino conseguir la victoria”.
Está perversa obsesión ha derivado muchas veces en una tragedia para los pueblos, incluso para quienes acompañan a ese líder obcecado y delirante ¿Cuál fue el destino de los altos mandos del Tercer Reich? ¿A dónde terminaron? ¿Cómo fue su futuro político?
Salvando las diferencias del caso, el tema aflora en mi memoria al escuchar a Nicolás Maduro advertir irresponsablemente que -si no resulta reelecto en los comicios del 28 de julio- el país podría enfrentar un “baño de sangre” y una “guerra civil fratricida”. ¡Tampoco le importa la razón! Un peligroso exceso cónsono con su anuncio de imponerse "por las buenas o por las malas". Afortunadamente la política jamás ha sido una consecuencia de los deseos, sino de la realidad, el arte de lo posible, dicen. Y me atrevo a asegurar que no hay "condiciones objetivas" -usando un término que la izquierda entiende- para una aventura de ese tipo, no tendría respaldo del mundo civil, ni militar. Pero me preguntó ¿Estás alucinaciones de poder tendrán respaldo del PSUV? ¿Cómo puede digerirse esto en medio de los evidentes conflictos internos en ese partido?
Para la élite que hoy ejerce el poder, sería conveniente dar ese debate o al menos, hacer una reflexión en torno a su propio futuro. En efecto, estamos hablando de las insaciables apetencias políticas de un hombre que busca su tercer mandato consecutivo y que en estos días afirmó que su hipotética y poco probable victoria, sería determinante para las próximas 5 décadas, dizque "le dará a Venezuela 50 años de paz, estabilidad y crecimiento". Habla de él, de su gesta patriótica.
Obviemos que durante este cuarto de siglo de "revolución", lejos de garantizar paz, estabilidad y crecimiento, el resultado es exactamente lo contrario. Lo relevante es que Maduro -y solo él- se siente protagonista político de los próximos 50 años de la República y que el país estaría condenado a un baño de sangre en su ausencia. Esta obsesión de poder y la desbordada egolatría nos hablan de una megalomanía digna del Führer.
Es claro que Nicolás Maduro piensa que una victoria suya sería devastadora para la democracia venezolana y le permitiría gobernar como Fidel Castro, hasta más no poder; momento en que cedió el testigo a su hermano Raúl. En sus fantasías, se imagina dentro de 25 años entregando la banda presidencial a Nicolasito, rodeado por Jorge Rodríguez y su hermanita, por Diosdado, Héctor Rodríguez, Lacava y demás jerarcas del PSUV, todos en sillas de ruedas o con bastones, pero no de mando. Ante semejante ambición, no creo que en esa imaginaria fotografía aparezca el General Padrino López, pero dejemos para otro día las especulaciones sobre el futuro de las Fuerzas Armadas en este vanidoso escenario madurista. ¿Futuro? Ja!
Ojalá el ex alcalde de Bogotá y hoy presidente de Colombia, Gustavo Petro, pueda hablarles a sus camaradas venezolanos sobre las virtudes de la democracia. Por cierto, en el pasado reciente, también en Venezuela los alcaldes y gobernadores de estado podían alcanzar la nominación de sus partidos como candidatos a la Presidencia de la República, vale mencionar a Salas Römer y Henrique Capriles, entre los casos más recientes.
En general, en nuestros tiempos de democracia, los líderes que llegaban a altas posiciones en el partido o a relevantes funciones públicas en el parlamento, tenían una clara oportunidad de ser candidatos a la Primera Magistratura. ¡Sobran los ejemplos! Pero tal posibilidad es una utopía en Cuba, Nicaragua o en cualquier país donde el presidente aspire eternizarse en el poder.
La renovación del poder sucede en todas las democracias del mundo. Tal vez la actual presidente de México, Claudia Sheinbaum o Dilma Rousseff, la ex presidente de Brasil -ambas militantes de la izquierda- puedan hablarles de la perversión que resulta de la reelección indefinida. Ninguna hubiera llegado al poder, si López Obrador y Lula Da Silva hubiesen tenido la misma pretensión de perpetuarse en el poder que hoy exhiben frenéticamente desde Miraflores.
Más aún, el presidente Lula Da Silva -una de las voces que Maduro no quiere escuchar- les pudiera dictar cátedra sobre otra de las más preciadas cualidades de la democracia: la alternabilidad en el poder. En fin, a la izquierda trasnochada que sostiene la caduca retórica del anti imperialismo y su lucha contra el capitalismo -en este mundo multipolar- le convendría voltear su mirada hacia Gabriel Boric, una de las figuras emergentes de la izquierda democrática en América Latina.
Nadie espera un debate abierto, público y descarnado entre los factores de poder, pero seguramente estos temas son abordados en una mesa aquí y allá, en los pasillos y en tertulias no tan casuales. A estas alturas, en el PSUV deben saber que las pretensiones hegemónicas son también "cuchillo para su garganta" y no solo una amenaza para la democracia venezolana, la paz global y la estabilidad política del hemisferio. Por cierto, valdría la pena recordar la frase de Lloverá Páez a Marcos Pérez Jiménez en las horas aciagas de la dictadura: "Mejor vámonos, pescuezo no retoña". En este caso, irse no es necesariamente huir, sino considerar opciones para una transición democrática y salvar su propio pescuezo. ¡Dios bendiga a Venezuela!
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