jueves, 6 de marzo de 2025

¿Participar o abstenerse? Parte II

En nuestra anterior entrega, se intentó poner el foco en las dificultades que caracterizan al entorno electoral hoy y constituyen una seria restricción a la participación. El objetivo no era promover la abstención como una opción, sino evidenciar los obstáculos y advertir sobre la necesidad de acciones previas que cambiaran el contexto y le dieran viabilidad a la propuesta de participar.

Evidentemente, después de lo que pasó el 28J, es justificable y comprensible que el país -en principio- se muestre contrario a participar. Era previsible el resultado de proponer esa opción "sin anestesia", es decir, sin las acciones previas antes mencionadas. En efecto, la equivocada puesta en escena de la propuesta participacionista, la intolerancia de sectores abstencionistas y la incapacidad de diálogo, de lado y lado, no ha logrado motivar a las mayorías y solo ha conducido a un penoso espectáculo de descalificaciones, con la consecuente fractura de la oposición, lo cual debe tener al régimen frotándose las manos.

Tenemos un gobierno en condiciones deplorables, sin respaldo popular ni internacional, sin posibilidad de superar la crisis y con inmensos conflictos internos. Pero, desafortunadamente, también tenemos en el campo opositor a un liderazgo nacional incapaz de demostrar la madurez política que requiere el momento y, por encima de sus diferencias, construir una opción unitaria para el país. Esta es una desgracia que abordaremos después. Ahora enfoquémonos en salir del falso dilema de participar vs. abstenerse.

El verdadero debate es qué hacer para cambiar las circunstancias y generar el clima político que pueda dar sentido y eficacia a la propuesta participacionista. O en caso contrario, que conduzca unitariamente a una opción alternativa, incluso a la abstención, pero como parte de un proceso y no como una reacción primaria. Si no se hace un esfuerzo por abatir la comprensible e inmensa abstención que se prevé para las próximas "elecciones", la participación no serviría ni siquiera como "una oportunidad para organizar y movilizar a la sociedad", tal como se ha argumentado. Los centros de votación desolados ese día no solo serán una derrota del gobierno, sino también para el país democrático, incluidos aquellos que insisten en la participación sin anestesia.

El verdadero desafío para la oposición es qué hacer para recuperar la ruta electoral, dinamitada el 28J, y evitar que una cadena de sucesivos fraudes termine por sepultar lo que queda de ella y despojar definitivamente de valor al voto como instrumento de cambio. Evitar ese escenario es el debate sustancial. El esfuerzo debe centrarse en dotar a ambas propuestas de un planteamiento estratégico trascendente, porque en las circunstancias actuales, abstenerse o participar puede conducir exactamente al mismo resultado, y ninguna de las opciones trasciende a la coyuntura. Nadie, ni de un lado ni del otro, ha dado una respuesta política coherente y precisa a la pregunta: ¿Y al día siguiente de las elecciones qué hacemos? Ciertamente, la abstención deja libre el terreno, facilita el avance del gobierno y conduce a la nada. Al día siguiente, ¿cuál es el saldo? ¿Cuál es el próximo paso?

El escenario no es más alentador para quienes promueven la participación desde una posición principista y sin cambiar el contexto actual, sin una estrategia que trascienda al momento electoral. Al participar, sabemos que el saldo será negativo, no solo por las dificultades para ganar que impone la realidad, sino por la muy probable, más bien obvia, posibilidad de un nuevo fraude electoral, cuyo costo político para el gobierno es casi cero, luego de la cuota que canceló el 28J. A partir de esa fecha, nadie duda que el gobierno sea capaz de robarse las próximas elecciones. ¿Eso debe conducir necesariamente a la abstención? La respuesta es NO, claro. Pero sí debe conducirnos a asumir que recuperar la ruta electoral exige una operación política previa y que la antesala al evento electoral tendría que abrirle viabilidad política a la participación. Esta no puede ser percibida como un acto inútil o, peor aún, como un evento que contribuya a inhumar la victoria opositora del 28J o “pasar la página”. Desafortunadamente, nada se hizo para evitar esa percepción.

Además, tenemos la experiencia de lo difícil que ha sido manejar el post electoral, pese a que una amplia mayoría del país se siente victoriosa con la candidatura de Edmundo González Urrutia. Aun así, la imposibilidad de "cobrar", la incertidumbre y la vocación represiva del gobierno mantienen desmovilizado al país democrático. Por eso, para los promotores de la participación hoy, tampoco es sencillo responder a la pregunta: ¿Qué hacer al día siguiente? No debe ser una respuesta explícita, pues las estrategias no se divulgan, pero tiene que percibirse un planteamiento estratégico. No se trata de conocer el camino, pero sí de tener claro el norte.

No es nada nuevo que luego de un evento electoral, la organización construida tienda a diluirse y el país entre en su cotidianidad, la gente se desmoviliza políticamente para ocuparse del día a día. Entonces, pareciera que -frente al autoritarismo- la ruta electoral es necesaria, pero no suficiente. Y para dar continuidad a la movilización, resulta obvio que ese "día a día" que ocupa al ciudadano común debe estar también en la agenda de lucha del liderazgo que promueve un cambio político.

Ahora que el panorama electoral se muestra oscuro, se ve con más claridad lo que algunos tenemos años planteando: es imprescindible darle contenido social a la lucha política. Y que el evento electoral no sea solo para conquistar o preservar espacios, sino la expresión de un proyecto de país. Que el objetivo no sea solo derrotar a quienes ejercen el poder, sino hacer realidad un sueño colectivo, inspirado en un amplio consenso nacional. Es decir, no basta con derrotar a la incompetente, fracasada y muy corrupta "revolución bolivariana", sino que el país debe tener un horizonte que sea capaz de motivarlo y movilizarlo, más allá de la coyuntura electoral: la fuerza inspiradora “al día siguiente”. Ahora, ¿el liderazgo nacional está trabajando en la construcción de ese gran acuerdo nacional? ¡No! Al contrario, pensando en ese objetivo, ¿en qué contribuye ese debate irrespetuoso, a veces cruento y hasta estúpido, entre participar y abstenerse? ¿Cómo ayuda a promover una visión mucho más amplia, solidaria y trascendente de la política venezolana? Un liderazgo responsable debe reflexionar sobre estos asuntos y actuar en consecuencia.

Con el apoyo de la sociedad civil, de factores internacionales y del mundo político, quizás sea momento de convocar a un gran acuerdo que pueda sacar al país de la eterna incertidumbre y darle solidez a la frágil Unidad Democrática, que logre trascender a cada coyuntura, dotar de contenido a la lucha por un cambio e inspirar a la nación en torno a un proyecto nacional amplio, participativo e incluyente. Eso sugiere repensar la política en tiempos de autoritarismo e innovar en las formas del activismo. Es claro que seguir haciendo lo mismo jamás conducirá a un resultado distinto. ¡Dios bendiga a Venezuela!

Twitter/X: @richcasanova


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