En 1845 una gran hambruna azotó a Irlanda, cuya población se alimentaba básicamente de tubérculos (papas) y sus cosechas fueron destruidas por un hongo. En cambio, en Etiopía la hambruna se produjo a comienzo de la década de los 70 como consecuencia de una prolongada sequía que –en medio de una atrasada agricultura feudal- redujo sustancialmente la producción de alimentos. También las guerras han sido causa de hambrunas, incluso confrontaciones bélicas internas como la Guerra Civil Española trajo como consecuencia que unas 200 mil personas murieran de hambre en España. Más recientemente, Venezuela fue el refugio de miles y miles de inmigrantes europeos que huían de esa pavorosa realidad, luego de la segunda guerra mundial. A esa inmigración le debemos mucho de nuestro crecimiento como país y de esa riqueza cultural que hoy exhibe Venezuela. Pero no son los cambios climáticos, ni las guerras, lo que ahora amenaza nuestra supervivencia sino un gobierno inepto, autoritario, corrupto y de inocultable vocación delictiva. Resulta aterrador recordar el caso de la URSS, cuya hambruna costó 3,5 millones de vidas y comenzó cuando Stalin inició una política de colectivización de la agricultura -es decir “exprópiese”- y el Ejército Rojo fusiló a los disidentes o los envió a campos de trabajo en Siberia.
Hoy en el mundo mueren de hambre alrededor de 24.000 personas cada día, de acuerdo a las cifras del Proyecto Hambre de la Naciones Unidas. Un 75 % de los fallecidos son niños menores de cinco meses. Hasta hace poco era imposible imaginarse a Venezuela como parte de esa dramática estadística pero ahora las noticias sobre la muerte de infantes por desnutrición se han hecho cotidianas. No ha terminado el primer trimestre del año y ya se registran 13 víctimas fatales. Antes de la “revolución bonita”, la pobreza en Venezuela estaba referida sobre todo a condiciones de vivienda y hábitat, no a la prolongada escasez de alimentos o la imposibilidad de acceder a ellos. En nuestro país había pobres pero no había hambre. En las bodegas del barrio se conseguía de todo y aún con dificultades, el dinero alcanzaba para comprar la comida. Se vivía con limitaciones pero incluso los muchachos en los barrios usaban zapatos de marca y en cualquier rancho humilde había un buen televisor. No se trata de ocultar aquella situación de creciente pobreza y la desatención de los gobiernos pasados a la crisis social en desarrollo. Al contrario, de aquellas aguas vienen estos lodos. Sobre esa demanda insatisfecha y el descontento, se montó la retórica populista y demagógica de quienes hoy ejercen el poder.
La tragedia es que ahora tenemos 82% de pobres en Venezuela, más de la mitad de la población está en pobreza extrema y este gobierno indolente es incapaz de admitir la crisis humanitaria, de reconocer que está inhabilitado para superar la crisis porque es también incapaz de generar confianza, promover inversiones y convocar a las fuerzas productivas para reactivar la economía nacional. En el año 2016, un 75% de la población refirió pérdida de peso no controlado (sin querer) en un promedio de 8,5 kilos. ¡Hay hambre en Venezuela¡ Las cifras explican la cruda imagen de la gente buscando comida en los basureros, evidencian la desgracia que ha significado la revolución chavista y hacen del cambio una causa de lucha humanitaria. #Unidad
Twitter: @richcasanova
No hay comentarios:
Publicar un comentario