Mientras el país se hunde en una crisis pavorosa y la amenaza del Covid19 se cierne sobre la población, el gobierno indolente está dedicado a montar un inútil fraude electoral y ha encasillado al mundo político en el falso dilema de votar o no, alejándonos del verdadero debate que debe darse en la oposición. Antes de explorar la ruta a seguir, conviene explicar por qué será infructuoso ese fraude y por qué es estéril el debate en cuestión.
Desde el principio, cuando ilegalmente le quitaron a la oposición los 2/3 del parlamento, el régimen ha hecho esfuerzos sistemáticos por liquidar a la Asamblea Nacional (AN). El gobierno -vía TSJ- ha anulado todas sus decisiones y después montó su constituyente cubana para intentar suplir sus funciones. Por tanto, aunque el parlamento ha sido para la oposición un instrumento político, realmente poco le ha importado a la dictadura y la única razón por la cual al gobierno le interesaría una nueva AN es para lograr reconocimiento internacional, superar el aislamiento y lo más importante, acceder a financiamiento externo, sin el cual es imposible superar la crisis. Pero con unas elecciones fraudulentas, el desconocimiento del régimen se prolongará y la AN que surja de esa bufonada tampoco será reconocida.
Así las cosas, unas elecciones amañadas no sirven a la oposición para producir un cambio político, ni al país para superar la crisis, la cual obviamente se agudizará; pero tampoco le sirven al régimen para garantizar gobernabilidad. Al contrario, con la profundización de la crisis social y económica, la amenaza aterradora de la pandemia, el hastío del país y el cierre de la vía democrática, los pronósticos para el gobierno son absolutamente adversos. Súmele a eso el incremento de la presión internacional que los aísla cada día más, al punto que hoy los vándalos y sus cómplices ni siquiera pueden comprar un sartén por Amazon. La posibilidad de sostenerse en el poder se ve comprometida pero lo más grave: el país se hace inviable, la crisis adquiere dimensiones espantosas y la posibilidad de un colapso de la economía y de los servicios públicos, es una tendencia evidente. Por eso advierto que son inútiles los esfuerzos por montar está tramoya electoral, el resultado conduce al desastre y no se traduce en una salida para el gobierno. Incluso, el intento de montar su propia oposición con "la mesita" y robándose las siglas de PJ, AD y VP, está condenado al fracaso. Todo ese "liderazgo" será licuado y reducido al 12% que tiene la narco-dictadura. El rechazo del régimen ronda el 90% y eso no es algo que puedan superar con esas operaciones delictivas.
Lo otro, decía que votar o abstenerse es un debate equivocado y absolutamente estéril pues el escenario está diseñado para desgastar a la oposición en un tortuoso camino y luego –sea que participe o no- el resultado político será el mismo. En efecto, el gobierno se robó las tarjetas más representativas de la oposición, así participar es muy difícil pero aún si se lograra inscribir candidatos en una tarjeta, no sería fácil venderla en las circunstancias actuales y compitiendo en las más hostiles condiciones. Pero siendo optimistas y suponiendo que ganáramos -vistos los extremos a los que ha llegado el régimen- uno puede inferir que éste no tiene razón alguna para reconocer esa victoria, más bien está obligado a desconocerla. Y vamos más allá, pasemos del optimismo a la ingenuidad y digamos que el país -en medio de la cuarentena- sale a protestar, no hay represión y el gobierno termina reconociendo nuestro triunfo. En tal caso, el régimen sigue teniendo su "real y medio": el TSJ y la constituyente cubana para burlar al nuevo Poder Legislativo.
Queda claro que "votar o no" es un falso dilema, cuando -indistintamente de lo que se haga- el cuadro de hoy genera un mismo resultado político. El verdadero debate entonces no es en torno a la participación sino como cambiamos ese cuadro que líquida al voto como instrumento democrático y condena al país a una tragedia. Hay que asumir que el problema no es sólo electoral sino el desmontaje de ese andamiaje de poder que clausura la vía electoral y empuja al país a un oscuro abismo. Esto y reconectarse con las verdaderas necesidades y angustias de los venezolanos debe ser el centro del debate en el campo opositor.
Entonces ¿Hay salida? ¿Qué podemos hacer? Claro que hay salida y en nuestra próxima entrega intentaremos dibujar una ruta ante esta sombría coyuntura. Que nadie pierda la esperanza y mantengamos en alto nuestras banderas. ¡Venezuela no se rinde!
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