Urge una reflexión del liderazgo político opositor. Y no me refiero a esa "oposición" fracasada que acudió al TSJ de Maduro a pedir que designe al "árbitro" electoral y apoyó el colosal fraude del 6D. Tampoco a esa otra que se prestó para que el régimen se robara las tarjetas de los principales partidos democráticos. Me refiero a la verdadera oposición, aquella que exhibe un claro reconocimiento nacional e internacional. Ella es quien debe colocar el tímpano en el palpitar angustioso del país y valorar los riesgos de no asumir los desafíos que el momento exige, entre otros: 1. Que el régimen prolongue indefinidamente su permanencia en medio de una aterradora profundización de la crisis. 2. Inimaginables escenarios de violencia con una alta incertidumbre. 3. Desplazamiento del actual liderazgo opositor por una fuerza militar o por algún otro demagogo contumaz, tal como sucedió en 1998 como consecuencia de un vacío de liderazgo. En fin, sentados en un polvorín nadie puede tener certeza absoluta sobre el camino a seguir, en estas líneas solo intento reflexionar en torno a retos que lucen impostergables, incluso por razones de supervivencia.
El primer desafío
Resulta insólito que en un país azotado por una brutal dictadura y una crisis devastadora, la oposición no sea capaz de ponerse de acuerdo en torno a una hoja de ruta para enfrentar al régimen. La tarea no es nada fácil: hay distintas visiones e incluso intereses diversos pero nada justifica la insensatez de no centrarse en ese objetivo. ¿Qué hacer?
Hace años participe en una reunión con el dirigente del Partido Socialista Chileno, ex Ministro de Estado de los gobierno de Allende, Ricardo Lagos y Bachelet –el senador Sergio Bitar- quien valoraba con gratitud la mediación de Venezuela para consolidar la unidad opositora y dar al traste con el régimen de Pinochet. Visto en perspectiva, consideró inexplicable que frente a esa cruenta dictadura militar, ellos estuviera centrados en sus diferencias y atacándose mutuamente de manera despiadada, un cuadro que le sonará familiar a mis admirados lectores. Para superar aquella absurda discordia, en junio de 1975 -con la anuencia de los principales partidos venezolanos- el presidente Carlos Andrés Pérez invitó a figuras prominentes del mundo opositor chileno a un encierro en la Colonia Tovar, el cual se prolongó hasta que se logró un acuerdo mínimo para enfrentar al tirano.
Regresando a nuestra realidad actual, hasta ahora en Venezuela se han promovido iniciativas internacionales de mediación ante el régimen para negociar una transición democrática. Pero ¿Hará falta una mediación internacional para lograr la unidad interna indispensable para emprender cualquier iniciativa de cambio? ¿O está el liderazgo a la altura de las circunstancias y es capaz de demostrar madurez política, sentido de responsabilidad y capacidad para enfrentar la coyuntura? Estas son las preguntas que se hacen los venezolanos y en la medida que no encuentran respuesta, se distancian de la política, crece la frustración y se alejan las esperanzas de superar la crisis. Estas preguntas también deben hacérsela los observadores internacionales con consecuencias similares. Unos y otros deben recordar a Einstein y sus reflexiones sobre la estupidez humana.
Respeto y tolerancia
Insisto, cualquiera sea la ruta adoptada -electoral o no- estará condenada al fracaso si no existe cohesión interna entre las fuerzas democráticas. La dictadura lo sabe y juega siempre a dividirnos, le dan volumen a nuestras diferencias e invisibilizan nuestros logros, que son muchos, por cierto. Cuando vemos a un opositor descalificando a otro, o nos hacemos ecos de tales agresiones, simplemente se le hace el juego al régimen. Comencemos entonces por respetar las opiniones diversas y ser tolerantes con las posturas contrarias para garantizar la convivencia. Increíble pero esta práctica que debería ser habitual entre demócratas, ha sido arrollada por el canibalismo que impera hoy en el mundo opositor. Y no me refiero solo al liderazgo político, desafortunadamente recuperar el respeto y la tolerancia como valores esenciales de la cultura del venezolano, termina siendo una tarea primordial.
¿Cómo construir una propuesta unitaria, si cada vez que alguien promueva una reflexión sobre la ruta a seguir y sugiera revisar la estrategia, se le descalifica e insulta, es lanzado al mismo saco de los “opositores” que abiertamente colaboran con el régimen? Si vemos una conspiración malévola cada vez que alguien exprese sus diferencias –que podemos compartir o no, eso es otro asunto- será imposible recomponer la unidad. Quienes piensan que todos están equivocados, son traidores, vendidos o conspiradores, “excepto mi líder y yo”, en nada se diferencian del chavismo. ¿Cuál es el futuro del país por ese camino? Ha llegado la hora que cada ciudadano demuestre su condición de demócrata y quienes aspiren conducir, muestren sus capacidades políticas en la construcción de una alternativa unitaria, integradora. La crisis son desafíos para los verdaderos liderazgos y la historia no perdona.
Cerrar la brecha
Se ha producido un distanciamiento entre el ciudadano común y la política, muchos sienten que los políticos están centrados en sus problemas de partido, sus rivalidades y que la acción política nada tiene que ver con las penurias que padecen a diario. Una prolongada y muy dura lucha contra el régimen -sin lograr el cambio anhelado- puede haber minado las esperanzas de la población y abrir esta brecha pero además de la falta de unidad, lo más lesivo para el ánimo opositor ha sido una agenda política tan distante de las expectativas reales de un país agobiado por esta pavorosa crisis. Una Venezuela que sufre el colapso de los servicios públicos, donde el desempleo galopa, el salario de los trabajadores lo han pulverizado y el alto costo de la vida tiene pasando hambre a amplias capas de la población, debe ser la prioridad política en la agenda opositora. Hoy es vital recomponer y consolidar la relación entre el liderazgo político y la gente. Cerrar la brecha para organizar y movilizar a la sociedad, ello nos sugiere el desafío de innovar y rediseñar la agenda para hacer política enfocados en los necesidades y demandas de la población.
El valor del voto
La abstención en la coyuntura no puede interpretarse jamás como una renuncia al voto como instrumento de cambio. Esa equivocada lectura ha llevado a algunos dirigentes a plantear que es necesario "recuperar la ruta electoral", como si alguna vez la oposición democrática ha estado fuera de ella. En la ruta electoral hemos estado siempre: toda la presión internacional, incluyendo las sanciones, apuntaban y apuntan a forzar al régimen a unas elecciones libres ¿O acaso esa no ha sido una exigencia constante? Por eso no hablo de recuperar la ruta electoral sino de "rescatar el valor del voto", tanto en el ámbito de la opinión pública como en la praxis político-electoral. Recuperar el valor del voto no supone participar en futuras elecciones porque si, a todo evento y en las condiciones que sean. ¡No! Pero abrir cauces a la participación debe ser un objetivo, de manera que el desafío es como replantear la acción política en el plano nacional e internacional para torcerle el brazo al gobierno y arrancarle las condiciones mínimas que efectivamente permitan rescatar el valor del voto.
Se trata también de elevar la conciencia colectiva sobre nuestro poder en el terreno electoral, generar confianza y ampliar nuestras capacidades para movilizar a la sociedad en condiciones adversas y defender la voluntad expresada. Hay que borrar del imaginario popular pendejadas como "dictadura no sale con votos" y otros slogans necios que se han convertido en credos para una parte de la oposición y sólo han servido para fortalecer al régimen. Los dogmas tienen validez en la iglesia, no en la política. Este debate hay que abrirlo sin prejuicios ni complejos ¿O nos encadenamos a una única estrategia? ¿Nos quedamos eternamente en la abstención, así el gobierno tenga 95% de rechazo y logremos observación internacional o algunas condiciones mínimas que permitan la derrota del régimen? Participar o abstenerse, ambas son posiciones válidas en un determinado contexto estratégico, en una coyuntura, pero ninguna de ellas puede ser permanente o incondicional.
La negociación viable
¿Realmente será posible una negociación con la dictadura? ¿Negociar con delincuentes es un problema ético? Veamos... La situación de la oposición no es fácil pero la del gobierno es mucho peor. Repudiado por una inmensa mayoría, aislado, bajo sanciones, con juicios penales en puerta y sus cabezas con precio. Además, tiene conflictos internos ocultos bajo el manto de la corrupción. Ha engañado tanto que no tiene capacidad para generar confianza y así, no hay posibilidad alguna de revertir la crisis, cuya profundización conduce a un colapso que amenaza su permanencia en el poder.
Pudiéramos decir que tal permanencia depende del financiamiento y del apoyo de China y Rusia. Pero ¿Hasta cuándo estos países lanzarán dinero en ese saco roto? ¿Cuánto tiempo financiarán la corrupción de la élite boliburguesa? Un país en ruinas amenaza sus inversiones y lanza a fondo perdido una cuantiosa deuda. ¿O este gobierno fracasado y corrupto tendrá capacidad de pagar esa deuda mil millonaria? En la política -sobre todo en la internacional- no hay amigos o enemigos, solo intereses. Por eso, supuestos aliados -como España- ya le exigen a Maduro elecciones libres y justas. O sea, desconocen la farsa del 6D, un duro golpe para la dictadura, tratándose del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
Claro, ninguna dictadura quiere negociar y mucho menos entregar el poder pero todas terminan haciéndolo en determinadas circunstancias. En este cuadro, el gobierno debe pensar en negociar, necesita una salida que le permita preservar un espacio político y debe hacerlo antes que la bomba le estalle en la cara, lo cual sucederá cuando los pocos aliados que quedan le saquen la alfombra. Con relación al dilema ético de negociar con malandros, hay que decir que si no fueran delincuentes, cumplirían con las leyes y no fuese necesario negociar. Repetir esa falacia solo demuestra ignorancia, basta revisar la historia. Si ese dilema ético existiera, Churchill, Roosevelt y luego Truman, no se hubieran sentado a negociar con Stalin -uno de los más grandes genocidas de la historia- para garantizar la paz mundial.
El desafío entonces es como forzar al régimen a una negociación y como evitar que la utilice nuevamente para ganar tiempo o para burlarse de los venezolanos: como garantizar que la negociación derive efectivamente en una salida electoral. Asumir el reto supone redefinir la estrategia en ese terreno, entendiendo que desde hace tiempo el caso venezolano está en el tablero de la geopolítica mundial y que es necesario involucrar a China y Rusia en el proceso, a partir de sus propios intereses. En este momento es cuando no podemos olvidar que se trata de un régimen con amplia e inocultable vocación delictiva.
Optimismo, como punto final
Si el liderazgo opositor está o no en capacidad de asumir estos desafíos lo sabremos en poco tiempo, la exigencia de unidad es un clamor en la calle y el país espera.... Una cosa mantiene el optimismo encendido: luego de más de dos décadas, con todo el poder imaginable, el régimen no ha podido doblegar el espíritu democrático de los venezolanos. No hay razones para pensar que puedan lograrlo ahora, en esta hora menguada. ¡Venezuela no se rinde!
Twitter: @RichCasanova
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