En medio de una crisis profunda, no luce sensato que el país centre su atención en la supuesta burla del presidente Trump hacia una señora obesa con fusil, presentada como parte de la milicia popular. A primera vista, el gesto parece indignante, y el gobierno lo ha aprovechado para alimentar su narrativa. Pero el foco no debe estar en Trump, sino en quienes exponen al escarnio público a ciudadanos humildes, muchos de ellos adultos mayores, adolescentes o mujeres, que participan en estos espectáculos por necesidad.
La burla no radica en la edad ni en la condición física de los participantes, sino en la pretensión de que un ejército improvisado pueda enfrentar a la mayor potencia militar del mundo. Es una falta de seriedad, una irresponsabilidad política y un trato injusto al pueblo venezolano. Lo que debe cuestionarse no es el sarcasmo ajeno, sino el uso manipulador de la necesidad como recurso propagandístico.
El país democrático debe exigir respeto por la ciudadanía, especialmente por los más vulnerables. No se puede jugar con la dignidad de quienes merecen protección, no exposición. El gobierno debe ofrecer una respuesta mesurada ante las tensiones internacionales, evitando riesgos para la población civil y dejando atrás la fantasía del “pueblo en armas”.
En este contexto, algunos voceros oficialistas han intentado insuflar la narrativa de Vietnam como espejo histórico. Pero la comparación no resiste el menor análisis. La resistencia vietnamita fue el resultado de una poderosa convergencia entre historia, ideología y cultura. Tras décadas de dominación extranjera, el pueblo vietnamita asumió el conflicto como una prolongación de su lucha por la independencia. La narrativa comunista de Ho Chi Minh ofrecía una causa legítima: justicia social, liberación nacional y resistencia al imperialismo. Su liderazgo era creíble, legitimado por años de lucha y por una visión compartida de país.
Además, Vietnam contaba con el respaldo decidido de potencias como China y la Unión Soviética, que aportaron recursos, armamento y apoyo diplomático. La guerra se libró en condiciones muy distintas: sin la tecnología militar actual, Estados Unidos se vio obligado a combatir cuerpo a cuerpo, en un terreno que no comprendía, frente a una guerrilla que conocía cada rincón de su geografía y contaba con el apoyo de las comunidades rurales.
En Venezuela, por el contrario, no hay cohesión social y el liderazgo atraviesa una severa crisis de legitimidad. Además, el pueblo está desmoralizado, hastiado y empobrecido, observando con silenciosa indignación la obscena opulencia de la élite “revolucionaria” La supuesta milicia popular no responde a una causa compartida, sino a incentivos materiales: bonos, bolsas de comida y otras prebendas. No hay convicción, ni memoria histórica movilizadora, ni respaldo internacional real. La diferencia es abismal.
En fin, lo relevante es entender que la verdadera burla no está en el gesto de un presidente extranjero, sino en el uso político de la pobreza, en la exposición de los más débiles como escudo simbólico de una élite obsesionada por el poder. Y eso, más que indignación, debe motivar a una reflexión colectiva.
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