En estos días, miles de familias venezolanas en Estados Unidos han recibido un golpe devastador. La Corte Suprema ha autorizado la revocación del Estatus de Protección Temporal (TPS), dejando en el limbo a más de 300.000 personas que, durante años, han vivido, trabajado y contribuido con honestidad y esfuerzo al país que les ofreció refugio.
No hablamos de cifras, sino de seres humanos, de rostros. De madres que limpian hospitales, de padres que construyen edificios, de jóvenes que estudian con la esperanza de devolverle algo a su comunidad. Hablamos de abuelos que trabajan en las noches y en el día, cuidan a los nietos, mientras sus hijos trabajan doble jornada. Hablamos de ciudadanos que han hecho de la decencia su bandera, y que hoy se enfrentan al abismo de la deportación, la separación familiar y el desamparo legal.
Elevamos la voz porque somos venezolanos, y sabemos lo que significa abrir los brazos. Venezuela ha sido tierra de oportunidades para millones de inmigrantes: portugueses, italianos, españoles, árabes, colombianos, chilenos, peruanos, chinos, y tantos más. Nuestra historia se ha tejido con solidaridad, y esa mezcla de culturas nos ha regalado una identidad rica, diversa y profundamente humana. Por eso, duele ver que hoy nuestros compatriotas reciban lo contrario.
La decisión judicial no solo suspende una protección migratoria. Suspende también la paz mental, la estabilidad emocional y el derecho básico a vivir sin miedo. Muchos de estos venezolanos huyeron de una crisis humanitaria, de persecuciones, del hambre y la desesperanza. En los Estados Unidos encontraron un respiro que hoy se convierte en angustia.
Alzamos la voz por ellos porque -en las circunstancias actuales- el deber de cualquier gobierno no es levantar muros o redactar leyes. Es ser solidario, reconocer el valor humano detrás de cada historia migrante. Es entender que la justicia no puede ser ciega al sufrimiento. Y debe ser un compromiso colectivo exigir que las decisiones políticas no ignoren el rostro de la dignidad.
A quienes hoy se sienten solos, les decimos: no lo están. Y a quienes tienen el poder de revertir esta injusticia, les pedimos que miren más allá del expediente, vean el corazón de cada familia que solo quiere vivir en paz, trabajar con honestidad y aportar a una sociedad que también sienten suya.
La revocatoria del TPS carece de sustento legal, es una decisión política –no jurídica- trascendente, por eso tiene implicaciones de orden colectivo y humanitario. Así, vale recordar que la historia juzga implacablemente no solo lo que decidimos, sino cómo lo hacemos y cuáles son sus consecuencias. En definitiva, este es un momento en que la humanidad debe trascender a la política. ¡Dios bendiga a Venezuela!
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