En nuestra entrega anterior analizamos las motivaciones políticas, estratégicas e ideológicas del despliegue militar de Estados Unidos, cuyo foco está en Venezuela y trasciende al mero interés que puedan tener por el petróleo y otras riquezas de nuestro país, tal como muchos afirman con ligereza. En esa oportunidad nos quedó pendiente explorar si la opinión pública estadounidense es realmente una limitante para el avance en una acción militar en Venezuela. Ese ha sido un argumento común para descartar una eventual escalada del conflicto. Veamos…
Históricamente, la opinión pública en EE.UU. ha sido ambivalente respecto a las intervenciones militares. Aunque existe un rechazo generalizado a “nuevas guerras”, éste suele diluirse si la acción se justifica por razones de seguridad nacional y en defensa del pueblo norteamericano, tal es el caso de la lucha contra el terrorismo o el narcotráfico. También se minimiza cuando se apela al orgullo nacional herido y se invocan amenazas reales o recuerdos que subyacen en la memoria colectiva. Basta recordar el 11 de septiembre para comprender lo que significa el terrorismo para el pueblo estadounidense. Incluso, no es la primera vez que se le pone rostro a ese enemigo externo y moralmente condenable que se construye. Ayer fue Saddam Hussein o Bin Laden, hoy parece tener otro rostro.
En este sentido, más allá de las diferencias, la puesta en escena y el discurso del presidente Trump ha sido impecable. La narrativa de “American First” no es necesariamente aislacionista. Más bien, puede justificar intervenciones si se presentan como necesarias para “recuperar el lugar que nos corresponde en el mundo”. Reposicionar a EE.UU. como primera potencia implica más que poder militar. Requiere también movilizar emocionalmente a la población con símbolos de fuerza, justicia y un destino manifiesto que toca las fibras más profundas del orgullo nacional. Además, en todos los conflictos, igualmente juegan los rasgos de personalidad del líder.
En efecto, la historia nos recuerda episodios en que la egolatría de un líder, sus ambiciones y deseos de trascendencia se entrelazan en un discurso nacionalista, siempre cautivador de las masas, y las conecta con una idea de grandeza que se proyecta más allá de sus fronteras. Se despierta un orgullo irracional, un espíritu imperial que subyace en los pueblos y los lleva a apoyar guerras y otras atrocidades contra la humanidad. Así se explica el Holocausto en medio de una enorme popularidad de Hitler. Y éste no es un caso aislado.
El discurso de Benito Mussolini sobre la “restauración del Imperio Romano” sedujo a las masas y justificó invasiones en África y la represión interna. El nacionalismo imperial japonés exaltaba la misión divina de expandirse en Asia y justificó atrocidades como la masacre de Nankín. Envuelto en la ideología comunista, Stalin apeló al sentimiento nacionalista ruso para legitimar acciones que resultaron devastadoras. Milosevic en los Balcanes, exaltó la “grandeza histórica” de Serbia y justificó limpiezas étnicas en Bosnia y Kosovo. El genocidio contra los tutsis en Ruanda estaba amparado en una narrativa de superioridad con un claro corte nacionalista.
En fin, cuando uno piensa en la descomunal fuerza de la retórica nacionalista y entiende que el "sueño americano" descansa en ese espíritu imperial que subyace en la sociedad norteamericana, pone en duda que la opinión pública estadounidense sea realmente un muro de contención a la escalada del conflicto y que esa idea es un argumento infundado de quienes no terminan de asumir la posibilidad cierta de una indeseable confrontación bélica.
Insistir en ello, es una apuesta incierta que saca a los actores del tablero geopolítico donde se desarrolla este juego de poder, y los conduce a desconocer que la salida real al conflicto está en una negociación: una solución política que no depende tanto de Donald Trump como de quienes ejercen el poder en Venezuela. Obviamente, no es el gobierno de EEUU quien está en la necesidad de negociar. En otras palabras, serán responsables de lo que pase en Venezuela quienes reiteradamente han desaprovechado todas las oportunidades de diálogo y han cerrado las puertas a una salida democrática, tal como aspira el país. ¿Estarán en capacidad de entender este momento crucial? Ahí está la respuesta a la interrogante que sirve de título a estas reflexiones. ¡Dios bendiga a Venezuela!
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