Si algo queda por destruir es la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela pero ya Nicolás Maduro le puso el ojo. Aun pisoteada por el régimen cubano-militar, la Carta Magna sobrevive. Aprobada por amplia mayoría en un escenario polarizado, a la postre fue asumida por quienes no votaron por ella. Paradójicamente hoy es la oposición quien la defiende; mientras aquellos que la promovieron, la aprobaron y decían que era "la mejor Construcción del mundo", ahora la violan y les resulta incómoda para sus pretensiones dictatoriales, tanto que la narco-revolución se apresta a pulverizarla y así demoler lo que algunos consideran el principal legado de “comandante eterno”.
La solución a la crisis no es cambiar la Constitución sino que sea respetada. Modificarla no es hoy un debate jurídico sino político y pudiéramos decir, ético. En efecto, los mismos que robaron al pueblo el Referéndum Revocatorio y las elecciones regionales, ahora buscan embaucar al país con una falsa Asamblea Nacional Constituyente (ANC) para evadir una salida democrática, darle visos de legalidad a la dictadura y continuidad al Golpe de Estado. Si la propuesta fuera una ANC con bases comiciales transparentes y democráticas, sería otra cosa. Pero que la mitad de los asambleístas provengan de las estructuras periféricas del régimen es una estafa inaceptable, algo que los venezolanos no vamos a permitir. ¡No es una polarización! La inmensa mayoría del país está cohesionada y plantada frente a una reducida cúpula ilegítima, autoritaria e inmoral. De lado y lado, la estrategia es desgastar al oponente. El gobierno cree que la gente se cansará y en algún momento abandonará las calles con resignación. Por su parte, la oposición tiene la fuerza del pueblo y está decidida a persistir en una protesta enérgica pero pacífica hasta lograr la salida de Nicolás Maduro. Y si como está planteado, el gobierno se aferra al poder y la oposición se mantiene firme en las calles, si cada quien piensa que el otro se va a cansar, entonces la escalada del conflicto es lo más probable.
Ahora, cansarse depende de condiciones físicas, anímicas y de variables políticas asociadas a la estrategia que cada quien asuma. Sin profundizar el tema, diremos que para los demócratas es fundamental la unidad, tener confianza en el liderazgo opositor y mantener la agenda de lucha. Hay que enfrentar esa falsa y truculenta ANC pero sin perder el rumbo, ni distraernos de nuestros objetivos. En cada movilización opositora uno siente amor por Venezuela, una fuerza de voluntad enorme, espontaneidad, mucho coraje y optimismo, cosas que el gobierno jamás podrá comprar. De hecho sus escuálidas movilizaciones son a punta de billete, llenas de caras largas y con enormes carencias humanas. Aunque la dictadura tiene margen de maniobra, está en una precaria situación tanto por su extrema debilidad en el ámbito nacional e internacional como por las consecuencias sociales y económicas de la escalada del conflicto. Cada día de protesta cívica, el gobierno gasta 500 mil Dólares en represión. Los recursos destinados a alimentos o medicinas, lo invierten en perdigones y lacrimógenas. La industria -que ya operaba a un 30% de su capacidad instalada- terminará devastada; igual el comercio y el desolado campo venezolano. Mientras Maduro siga en el poder, la profundización de la pavorosa crisis es una tendencia irreversible: el país se hace inviable. Y lógicamente, el gobierno se hace insostenible. ¡Aquí nadie se rinde!
Twitter: @richcasanova
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