Una parte de toda religión se fundamenta
en el miedo, bien sea a la muerte, al infierno, al castigo de Dios o a la
pérdida de "beneficios" como la vida eterna. Sin dudas, hay muchas
similitudes entre la política y la religión, sobran los testimonios de su
íntima proximidad a lo largo de la historia. El punto es que el miedo ha sido
un mecanismo de dominación o de control social que -al menos en lo político- la
democracia ha intentado superar. Los regímenes autocráticos y populistas han optado
por el miedo como herramienta predilecta para “cautivar” a las masas: en
principio, es el miedo a ser excluido, a ser parte de "las minorías"
generalmente sojuzgadas o ser blanco del odio de los poderosos. Todo cambia
cuando las víctimas se dan cuenta que son mayoría o si el "gran
benefactor" no tiene como pagar la cuenta y su fracaso es fuente de decepción.
Es entonces cuando el miedo se revierte, las dictaduras actúan con
desesperación y la violencia suple a la prebenda. Le urge atemorizar a la sociedad no sólo para
recuperar control sino para ocultar sus propios miedos, los cuales se hacen más
visibles y crecen día a día, en la misma medida en que crece la voluntad de
cambio.
Vemos a una sombra espectral que quiere
meter miedo a quienes no creen en muertos, ya no le temen, ni le respetan. Es
la paradoja de un gobierno fantasma que termina asustado: una "revolución
armada" cuyo líder no puede contener el rechazo, las cacerolas lo ponen a
correr y la idea del revocatorio le vuela los tapones. Pese al alto costo
político, intentan huir de la realidad persiguiendo y encarcelando a opositores,
tal como el cobarde silba en la oscuridad. Cuando secuestran por horas a Henrique
Capriles en un aeropuerto internacional, es porque les aterra y no saben cómo
enfrentarlo ¿Qué otra explicación puede tener? El gobierno está tan débil que
en todos lados ve conspiraciones y cualquier marcha le pone la carne de gallina.
Su extrema debilidad se hace obvia, por eso actúa cada vez con más violencia,
intentando mostrar una fortaleza que no posee. Como toda dictadura en fase terminal,
apuesta a que una parte del país crea que “están resteados” y no tienen miedo,
cuando realmente ya no controlan sus esfínteres, sufren lo que algunos han
llamado el "miedo a la no supervivencia", que es muchísimo mayor que
el temor a perder el poder o al rechazo. Es el miedo a un repudio absoluto, a
una soledad infinita, quizás tras unos barrotes, sin sueños, ni alegrías,
torturados por su propia consciencia, condenados por su historia y ahogados en
un mar de resentimientos. Una suerte de muerte en vida, la eterna oscuridad...
Lógicamente, la realidad venezolana
genera incertidumbre a cualquiera y no pocas angustias. Es todo un país
preocupado por la deriva de un gobierno cobarde y desesperado, un temor que
podemos resumir con una frase de William Shakespeare: De lo que tengo miedo es
de tu miedo. Puede haber temores aquí y
allá pero cuando intento distinguir entre uno u otro sentimiento, viene a mi
memoria otra frase que en alguna parte leí y cuyo autor no recuerdo: "el
corazón que está lleno de miedo, seguro está vacío de esperanza". Y esa es la gran diferencia: nosotros no
albergamos miedos en el corazón, nos anima la esperanza de un futuro
mejor, el cambio que anhela el país y que una inmensa mayoría se propone hacer
realidad. La Venezuela democrática derrota al miedo con la esperanza y así
seguirá en las calles... #YoRevoco
Twitter:
@richcasanova
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